31 de diciembre de 2010

Flashback explicativo

INTRODUCCIÓN

[El protagonista se encuentra en una cafetería jugueteando nerviosamente con un el cadáver vaciado de un paquetito de azúcar. Durante toda la intervención sólo se ve un plano fijo de sus manos estrujando y alisando el paquetito de azúcar una y otra vez. La mesa es de madera oscura y sobre ella también se pude ver una taza de café —que ya está vacía, pero eso no lo podéis saber, pero os lo digo yo y a la mierda la cuarta barrera— y una cucharilla sobre un pequeño plato blanco. La voz en off del protagonista comienza a narrar.]

He vuelto, estoy aquí de nuevo. Ahora que el año toca a su fin ha llegado el momento de que os explique algunas cosas; porque... si esas cosas no fueran explicadas... posteriormente no podrían ser debidamente entendidos algunos sucesos del pasado y algunos otros que están por venir, y que si introdujera así de pronto os dejarían con el culo torcío. Para explicar lo acontecido vamos a hacer una de esas cosas tan maravillosas que son los flashbacks. Vamos a utilizar una estructura de narración dividida en capítulos similar a la que se puede ver en Pulp Fiction —o más recientemente en Malditos Bastardos—. Bien, a ver que me concentre: fundido a negro y... vamos allá con el tema de apertura.


CAPÍTULO 1
Un punto rojo brillante en la frente

En octubre del año pasado volvía a mi habitación de la residencia y publicaba aquí aquella pequeña serenata nocturna. Esa fecha establece el punto de inicio de mi segundo año universitario y de mi segundo año en la residencia de estudiantes. Sucede que de ahí en adelante el blog empezó a llevar un caudal de publicación bastante bajo. Esto se debía principalmente a una razón: tenía más rifles apuntándome que el jodido JFK a bordo de un descapotable en Dallas, así que tenía que tener mu-chí-si-mo cuidado con lo que decía. Y eso, evidentemente, me coartaba. Se estaba poniendo en tela de juicio mi sano juicio, mi estado mental. Lo cual, dado el contexto y el estado mental de muchos de los que me rodeaban, me parecía como mínimo irónico, y me hacía pensar en Jonathan Swift y en John Kennedy Toole jugando al ping-pong —esto reflexiónenlo más tarde en sus casas, a ver si lo pillan, que entiendo que a veces parezco el puto Dalí con sus mierdas surrealistas—.

Bueno, como decía se estaba dudando de mi salud mental. El director de la residencia llegó a preguntarme si alguna vez recibí o había estado recibiendo tratamiento psiquiátrico. Ya era la segunda vez que una figura de la Autoridad me interrogaba acerca de mi salud mental, desde aquella vez en la que el director de la RUMCA (Residencia Universitaria Muy CAra) me preguntó en la entrevista de admisión si alguna vez había estado internado (más tarde mi madre intentaría convencerme de que se refería a estar internado en la manera en que lo está un estudiante que duerme en algún tipo de residencia; pero tanto yo como él, allí sentados en su elegante despacho, mirándonos fijamente en medio de un gélido silencio, sabíamos se refería a una institución mental).

CAPÍTULO 2
El Bloc de notas y el botón alucinante

En mi eterna búsqueda de lo diáfano y lo sencillo me había pasado del Microsoft Word al Bloc de notas. Un día, mientras jugueteaba con este simpático programita, descubrí —oh, prodigio— que si pulsaba el botón F5 mientras manejaba el Bloc de notas, aparecían al instante en el documento la fecha y la hora. Magia. Ahí aparecían y ahí se quedaban grabadas. Los píxeles blancos que revelaban la Nada de pronto se tornaban selectivamente negros y revelaban el Cuándo.

Esto supuso para mí una revolución en mi manera de tomar notas sobre la Realidad. Hasta ahora había intentado varias veces llevar un registro de mis actividades, pensamientos y reflexiones ordenados y etiquetados en el tiempo, pero el hecho de tener que mirar la fecha y la hora cada vez que quería apuntarlas me daba pereza. Ahora esta maravilla del F5 lo resolvía todo. De modo que empecé a llevar algo parecido a un diario, pero que se parecía más en realidad a la libreta de campo de un observador científico. Ahora tenía una vía permanente de escape para los pensamientos que me daban vueltas en la cabeza. Esto, junto al hecho del punto rojo brillante en la frente, hacía que ya apenas sintiera la necesidad de publicar mis escritos en el blog.

CAPÍTULO 3
Una cruzada personal

Siempre había sentido atracción por la microliteratura y por los haikus —por los buenos, entiéndase, que con esto de la modernité hay mucha mierda por ahí suelta...—. Mi teoría era que cuando en un pequeño espacio de palabras eras capaz de expresar un sentimiento profundo y de transmitírselo al lector, eso era lo más cerca que podías estar de hacer Literatura Pura.

La segunda parte de mi teoría, que se deduce de la primera, era que un buen texto largo debería estar compuesto en la mayor medida posible de pequeñas frases poderosas que encerraran cada una por sí misma carga literaria. De modo que en un intento de entrenar este aspecto, a la vez que de expandir tanto mis horizontes culturales como los de la Humanidad, me asigné la tarea de dignificar Twitter. Quería que dejara de ser una mierda que no llegaba ni a red social ni a blog, donde estúpidos se intercambiaban mensajes cortos y estúpidos. Así que mi propósito era hacer algo literariamente valioso autolimitándome al formato twitter. Fue así como nació twitter.com/jameshaunter. Esto acabó sumándose a los factores que reducían el caudal de publicación del blog.

CAPÍTULO 4
Desequilibrio en los créditos

Mi vida universitaria seguía adelante. Ya era mi segundo curso, así que maduré levemente en la organización de mi tiempo de estudio antes de los exámenes. Pero de todas maneras el curso me cargaba mucho, porque era más difícil, pero sobre todo porque tenía muchas optativas. La razón de esto es que soy de la última promoción no-Bolonia, del legendario Plan 99, y tengo unos créditos que completar. En 1º sólo me cogí una optativa —4'5 créditos— y en 2º me encontré con que sólo me quedaban dos años para completar las varias decenas de créditos que correspondían al primer ciclo de la carrera.

Obedeciendo en todo momento a mi comportamiento neurótico, en 2º me cargué compulsivamente de optativas y asignaturas de libre elección —este año me he dado cuenta de que podía haberlo distribuido mejor entre 2º y 3º ya que, después del brote neurótico de 2º, sólo me quedaban 1'5 créditos por completar—. Esto me dejaba casi todas las tardes ocupadas, o por optativas o por prácticas, y muy poco tiempo para dedicarlo a publicar escritos en el blog.

CAPÍTULO 5
La fría estadística

En la residencia el año era socialmente complicado, y la convivencia se hacía más difícil que el año anterior. Y es algo que al principio me costaba explicarme. No obstante, descubrí a personas que verdaderamente merecían la pena y que me aportaron cosas valiosas. Pero, en general, la conclusión estadística que saqué de comparar la población de residentes del año en que yo entré con la población de residentes de mi segundo año era que las generaciones que venían eran cada vez más estúpidas; que tenían cada vez menos cultura, pensaban cada vez menos y se respetaban cada vez menos entre ellos y a los demás. Este verano leí en alguna parte que las generaciones que estaban viniendo, entre las que se encontraba la mía, estábamos siendo las primeras generaciones en las que los hijos tenían menos cultura que los padres. Y era cierto.

Aplicando la estadística, si tomamos como cierto que cada vez las generaciones son más estúpidas, eso nos pone en el caso de tener que aceptar que la población que iba a habitar la residencia el año siguiente iba a ser más estúpida que la que había habido ese año. Y eso me parecía un futuro demasiado negro para lo que mis limitadas capacidades de adaptación social pueden soportar. Comencé así a valorar, pues, la posibilidad de no seguir el año siguiente en la residencia.

CAPÍTULO 6
El enemigo en la sombra

No sabes si va a caer sobre ti, pero sabes que está ahí, escondido entre la maleza, siempre dispuesto a atacar, desquiciando los nervios de la población. Este extraño enemigo flotante impregna el aire por todas partes y provoca un estado de alarma constante. Pocos lo han visto, sin embargo todos lo temen. Hasta aquí podríamos estar hablando del Viet Cong. Pero no, esta amenaza fantasma de la que os hablo es la Crisis. La Crisis que deja en las calles un rastro de locales vacíos de negocios fracasados con carteles de "Se vende".

La Crisis causó que la Dictadura de los Mercados se hiciera patente, y que éstos obligarán al Gobierno a recortar el gasto público, y que por lo tanto el Gobierno decidiera que en las residencias estatales de estudiantes ya no se iba a ofrecer comida los fines de semana. Aquí llegamos al punto en el que la historia me incumbe a mí, pues esto representaba el inconveniente de que era una putada tanto por razones económicas como de comodidad. Gana puntos la opción de abandonar la residencia.

CAPÍTULO 7
Mi hermana pequeña

Tengo una hermana pequeña. Es dos años menor que yo. Si hubiéramos echado cuentas hubiéramos llegado a la conclusión de que el curso siguiente mi hermana comenzaría sus estudios universitarios. Esto representaba para mis padres tener que mantener a dos hijos estudiando fuera de casa. Por lo tanto, se perfiló como una buena opción alquilar un piso en el que viviéramos los dos, y aunar los gastos de alojamiento y manutención de ambos. Gana más puntos la opción de abandonar la residencia.

CAPÍTULO 8
Un asunto con la bandera republicana

El 18 de julio de 1936 una serie de sectores de la sociedad movidos sobre todo por el sector militar se alzan contra el Gobierno de la República con el fin de poner término al caos reinante; se desencadena así la Guerra Civil. Un mes después las tropas sublevadas llegan a la que hoy es la ciudad donde estudio, y con el claro propósito de sembrar el terror, desencadenan una masacre. A las personas que van apresando por la calle y que tienen la suerte de no ser ejecutados los llevan a la plaza de toros. Y allí son asesinados varios cientos de personas, como animales.

Muchas décadas después el gobierno de los Conservadores decide acabar con esa plaza de toros para levantar ahí un palacio de congresos, que desde el punto de vista del significado histórico es como borrar el Guernica para tener un lienzo limpio. Y ahora resulta que el Rey, que fue designado a dedo por el dictador responsable de esos asesinatos, venía a visitar el palacio de congresos. Así que ayudo a un compañero a colgar de la ventana una bandera republicana en señal de protesta por la provocación que representa la visita del Rey a ese lugar. Pero parece ser que los que provocamos somos nosotros, pequeños davides contra Goliat. Nos obligan a quitar la bandera y a mi compañero le abren un proceso disciplinario en la residencia. Y entonces es cuando ya no me queda nada más que ver, me marcho.

CAPÍTULO 9
Vacaciones de verano

Y así llegamos al final del año académico, cuando finalmente tomé la decisión de abandonar la residencia. Realicé los últimos exámenes que me quedaban y dejé la ciudad. Pasé el verano con mi mulleriña; haciendo cosas, viviendo. Esto en la dicotomía de la escritura "hacer cosas/escribir cosas" nos lleva a que viví numerosas experiencias interesantes, pero tuve poco tiempo para escribirlas.

CAPÍTULO 10
C. Chase contra la industria de las telecomunicaciones

Cuando comenzó mi tercer año universitario me instalé junto con mi hermana en el piso de dos habitaciones que habíamos encontrado en agosto. A mediados de septiembre había llamado a una empresa de telecomunicaciones para contratar un pack de telefonía fija y ADSL. Cuando pasó una semana les llamé preguntando que por qué tardaban tanto. Cuando pasaron dos semanas les llamé preguntando que por qué tardaban tanto. Cuando pasaron tres semanas les llamé preguntando que por qué tardaban tanto. Cuando pasó un mes les llamé preguntando que por qué tardaban tanto. Llegó un tiempo en el que los llamaba casi a diario. Hablaba siempre después de comer con alguna de sus telefonistas sudamericanas, después de sortear la barrera de contestadores robot. Cuando pasó un mes y medio me llamaron ellos. Me dijeron que no podían ofrecerme el servicio. Intenté buscar formas de reclamar y de que me indemnizaran de alguna manera todo el tiempo perdido en espera y en llamadas de queja, pero fue inútil. Acabé contratando con otra empresa, y la segunda semana de noviembre por fin pude disfrutar de internet en mi piso.

Estoy contento en mi piso. Estoy contento viviendo en el piso con mi hermana. Ella cuida de mí y yo la cuido a ella. Me gusta mucho mi vida en el piso. Me gusta mucho el piso. Está cerca del río, está cerca de la universidad, está cerca del centro comercial, y está cerca del que yo considero el McDonald's más elegante del mundo. En serio, todos los McDonald's están decorados con el mismo patrón, pero éste tiene un rollo completamente distinto. Es el único que he visto así. Miro su M amarilla en medio del cielo cuando camino a clase por las mañanas.

CONCLUSIÓN

[Volvemos a la cafetería, con nuestro protagonista que sigue jugueteando nerviosamente con el cadáver del paquetito de azúcar. Volvemos al plano fijo de sus manos inquietas. La voz en off del protagonista cierra con esta narración.]

Y así acaba esta historia en 10 capítulos; quedan amarrados todos estos hechos flotantes, queda cubierto todo el vacío temporal, y llegamos hasta el día de hoy. Comprenderán cómo llegué a un punto en el que me era casi imposible narrar nada de lo que me estaba pasando, puesto que no tenía trama argumental de continuidad en la que sustentarlo, y a los ojos del receptor habrían aparecido fallos de raccord. Entre las grandes líneas de este relato quedan, como bien adivinarán, desquiciadas aventuras desperdigadas; pero eso ya será motivo de otros futuros posts. Esto se acaba aquí; nos despedimos. Fundido a negro y... tema de cierre.


FIN

3 de diciembre de 2010

Mi raza

Escuchando Extrechinato en este momento, y después de haber visto el documental de TVE de esta noche sobre mi tierra, me doy cuenta de que yo, como extremeño, tengo conciencia de un concepto de raza mucho más noble y puro que el tristemente extendido. Raza, no de colores de piel, sino de tus raíces, en la tierra y en el tiempo, tu paisaje y tu linaje, de donde te nutres.

Los abuelos que empezaron a trabajar la tierra desde jóvenes, los que empezaron a guardar guarros a los 13 años, los que a pesar de no saber leer ni escribir no tuvieron un ápice de analfabetos, los que tuvieron que vivir el asesinato de camaradas, los que tuvieron que emigrar a Alemania, los que trabajaron en fábricas, los que tuvieron numerosos hijos y supieron criarlos bien. Personas buenas, como mis padres. Que quizá han sacrificado una larga lista de ambiciones individuales para que mi hermana y yo, sus semillas, podamos estar ahora aquí, en el mundo, en la vida. Para que a pesar de sus noches de frío y angustia, yo haya crecido fuerte y me haya convertido en un hombre sereno, y pueda estar ahora pisando la dehesa, pisando la ciudad, o pisando donde sea.

Y el Campo, con mayúscula. En mi tierra cuando se habla del Campo se habla con mayúscula. Es un ente que vive, una matriz, una patria. Es una deidad que los agricultores y ganaderos, que todos los hijos de la tierra, al menos antes, respetaban con honor. Cogían los frutos que ofrecía y le proporcionaban los cuidados que necesitaba, manteniendo así el sagrado pacto milenario entre el Hombre y la Tierra. Y en este área concreta de la superficie terrestre, y en este instante perdido en los siglos, ése es mi legado, ése es mi pueblo, ésa es mi nación y ésa es mi raza.

Y lo verás caer una y mil veces
y levantarse de nuevo
con la pura bandera de su raza.

24 de junio de 2010

Observaciones sobre una pastilla de jabón

Tengo una pastilla de jabón en mi lavabo correspondiente del baño colectivo. Puedo ver cómo va menguando por días, y no es por el uso que yo le doy.

Ellos se lavan con mi pastilla de jabón y yo me seco con sus toallas. Hasta en la propiedad privada más cotidianamente aceptada brota, como una discreta pero poderosa fuerza de la naturaleza, el comunismo.

No importa cuántas veces se intenten arrancar las flores.

31 de mayo de 2010

Mejoras urbanas

Cuando salía de clase en hora punta siempre me encontraba la entrada la entrada a ese parking congestionada. Esto provocaba que los coches que estaban esperando para acceder al parking por su congestionada entrada formaran un atasco en la calle. A veces la fila de coches parados llegaba hasta el cruce por el que se accedía a la calle del parking, así que el cruce también se congestionaba, y con él las otras tres calles que daban al cruce.

Entonces hicieron obras y abrieron dos entradas. Pensé que era una idea muy inteligente, para descongestionar el tráfico. Ahora los coches entrarían al parking con más fluidez, dejando de provocar atascos en la calle.

Pasé unas semanas creyendo que un mundo mejor era posible. Unas semanas, hasta que terminaron las obras y pasé por delante del aparcamiento. En lo que yo pensaba que era la nueva entrada había un letrero que decía "Lavado de coches 3€". No habían abierto dos entradas, habían abierto un lavadero de coches. Qué bien.

¿Por qué mejorar la vida de la gente cuando puedes simplemente mejorar la vida de tu bolsillo?
Así funciona el Capitalismo.

16 de abril de 2010

Hielo

Suena el timbre y la clase se termina, es la hora del recreo. Todos los niños salen de sus clases gritando felices. Pero en una clase no. En una clase hay diez niños que no están corriendo felices al recreo. Hay diez niños para los que el mundo fuera ha dejado de girar y el paso del tiempo universal se ha detenido. Los segundos que están viviéndose en esa clase son segundos grises y pesados. Hay un niño sentado en su silla, muerto de miedo, y hay ocho niños que se acercan. Se acercan con pasos siniestros como pequeños árcangeles de la muerte nazis; cachorros de la Gestapo; camada de dobermans con dientes afilados.

Los ocho niños juegan con el otro niño todos los recreos. Juegan a darle pequeños puñetazos, leves patadas, alguna zancadilla; juegan a quitarle la comida y a tirarle los libros fuera de la mochila. Y se ríen de él porque tiene las orejas grandes. Las crueles carcajadas acompañan a los crueles juegos.

Esto es lo normal, le pasa siempre. Muchos saben algo pero todos callan. Es lo normal.

En un rincón de la clase hay otro niño, apartado, observándolo todo. Demasiado bueno como para pegar al pobre niño, demasiado cobarde como para pegar a los ocho asesinos. El tiempo se detuvo antes de que pudiera salir de la clase. Está mudo y quieto mirando la escena con frialdad. Casi se podría decir que en realidad no está ahí. El pusilánime niño-hielo observa la escena con mirada glaciar, desde una distancia de años luz, desde su gélido polo sur. Inútil. Cobarde. Pedazo de pan duro.


Los pequeños torturadores insultan al niño de las orejas grandes y se hacen comentarios burlones entre ellos con sus vocecitas inocentes. Pero las voces se escuchan con la tenebrosa gravedad que adquieren al adaptarse al tiempo lento. Dos puntos de luz brillan en los bordes de los ojos del niño orejón. Esto hace que la burla aumente. Un riachuelo comienza a correr por sus mejillas. Alguien le escupe.

Es el momento en el que el niño de las orejas grandes explota. El niñito estúpido se levanta y vacía su mochila encima de la mesa y grita que los va a matar a todos.

Podemos imaginarnos al niño-bomba la tarde anterior, conectando los cables en su cabeza, programando el estímulo accionador del circuito, la dinamita ya estaba puesta. Podemos imaginarlo en su cuarto delante de la libreta sin poder hacer los deberes porque el niño está muy mal. Podemos imaginarlo esperando a que su madre salga a hacer un recado para entrar en el trastero que usa su padre para las cosas de la caza. Y podemos imaginarlo
finalmente llenando su mochila de cartuchos. ¿Qué le separó de coger una escopeta?

El niño-bomba vacía su mochila llena de cartuchos encima de la mesa y grita que los va a matar a todos.

Estúpido, con eso no vas a hacer nada; piensa el niño-hielo.

Pero resulta que sí, que los otros estúpidos se cagan. Salen corriendo de la clase.

Los niñitos estúpidos han ido a buscar al profesor. Ahora los dos niños están solos en la clase. El niño-hielo y el niño-bomba. El pobre está paralizado. Los cartuchos de escopeta siguen sobre su mesa. Son rojos y verdes. Como la mesa no está nivelada uno de los cartuchos comienza a rodar despacio y cae al suelo. Clink. La clase está en silencio.


Pasa un tiempo, tal vez un instante o una eternidad, y el profesor llega a la clase. Al ver la escena se lleva las manos a la cabeza. Se acerca al centro de la explosión y le echa una buena bronca al pobre niño-bomba. Los otros cobardes rastreros miran desde el borde de la puerta, sin atreverse a entrar. La sola idea de los cartuchos de escopeta les debe horrorizar. Pero querían ver cómo el niño orejón —el niño-bomba— recibía su merecido. Por no aceptar su puesto de mierdecilla pisoteado.

El profesor hablaría con los padres del niño-bomba y todos alegremente acordarían someterlo a las sesiones de un mierda-psicólogo para que le llenara la cabeza de mierda. Y los padres de los otros niños podrían por fin respirar felices, ahora que sus hijos estaban a salvo de ese perturbado. Sus hijos, que eran unos niños muy buenos.

Apartado en mi rincón —en mi polo sur— me doy cuenta desde bien temprano de que el mundo funciona como una mierda. Retiro el papel de aluminio que envuelve mi bocadillo y veo que es de salchichón. Yo lo quería de nocilla. Pobre mamá.

22 de marzo de 2010

Todo el mundo quiere tener los pies secos

Estaba sentado en el váter, haciendo... bueno, ya había terminado. Para limpiarnos tenemos un rollo de papel higiénico de tamaño industrial. Cogí un pedazo de papel y me incliné hacia un lado para limpiarme. Pero entonces, al verse desplazado el peso, la taza del váter se despegó del suelo. ¡Mierda! Por poco me caigo. Al volver a sentarme bien, con el peso repartido, la taza volvió a su sitio. Y me quedé ahí, con los pantalones patéticamente arrebujados a la altura de los tobillos, tratando de entender lo que había pasado. Intenté mantener la calma. Ahora todo parecía normal. Pero yo sabía que la taza estaba despegada. Sin embargo, el agua y todo aquello seguía ahí abajo, así que supuse que lo único que se había despegado era la cerámica, que las tuberías estarían bien. Terminé de limpiarme haciendo equilibrios como pude y me levanté de allí dispuesto a olvidar aquel mal rato. Pero al tirar de la cadena, ¡sprassssh!, empezó a salir agua a presión del resquicio entre el váter y el suelo encharcándolo todo. Mientras las gotitas disparadas volaban por los aires, el agua avanzaba deslizándose por el suelo y llegó hasta mis zapatillas. Mierda, mierda, mierda. Aquello se me había ido de las manos. Salí a correr mientras terminaba de abrocharme los pantalones. Las suelas de mis zapatillas estaban mojadas, así que un rastro de huellas húmedas quedaban atrás delatando mis pasos.

Entré en mi cuarto y giré la llave. Me senté en el borde de la cama y empecé a pensar obsesivamente en el tema. No sin cierto placer, dejé que el pánico me recorriera. ¿Qué me iba a pasar? ¿Qué iban a hacer conmigo si se enteraban? ¿Debía sentirme culpable? ¿Había sido culpa mía? ¿A quién debía culpar de aquello? ¿Por qué a mí? ¿Por qué no a otro?

Así que ahí estaba ahora. En mi cuarto. En silencio. Con la puerta cerrada. Sé que debería ir a avisar a alguien, pero no sé por qué extraño motivo no quería que nadie mirara al váter y supiera que aquello lo había causado yo. La otra salida era decir que me lo había encontrado así cuando llegué. Pero como media planta estaba ausente eso cortaba mucho los pasos a mi mentira, y la opción tampoco terminaba de gustarme. Abrumado por la magnitud de la decisión me quedé en el cuarto sin hacer nada —qué inteligente, Charlie—. Escondido. Ni siquiera abrí cuando unos pasos recorrieron el pasillo llamando a todas las puertas —más tarde me enteraría de que aquello no tenía nada que ver con mi delirio paranoide—. Yo estaba seguro. No sabían mi secreto.

Al día siguiente, como todos los genios del crimen perfecto, no pude evitar volver a la escena del crimen. Me encontré la puerta precintada y un cartel redactado por las autoridades que decía, en boli azul: “No usar este servicio”.

Recordé la trágica experiencia que había vivido, mi apresurada huida por los pasillos, y la manera en que me había refugiado con éxito del asunto; y me reí así: ji ji ji ji.

27 de febrero de 2010

Café solo

—Mira toda esa gente... son como este puto capuchino. Me lo sirven muy adornado, muy correctamente, como debe servirse un capuchino; con su café, su chocolate, su nata, su canela... e incluso me obsequian con un bombón. ¡Pero no le echan el azúcar! Ahora tengo que coger el sobre de azúcar, romperlo, echarlo sobre la nata, y remover todo. ¡Y a la mierda la presentación del capuchino! Ahora ya no tengo un capuchino, ahora tengo una mezcla batida de todos sus componentes. Joder.

—No lo entiendo, ¿qué tiene que ver todo eso con la gente?

—¡No lo sé! Sólo quería quejarme...

23 de enero de 2010

Sombras en la noche

Acueducto de Silvio, Bóveda de los Cuatro Pilares, Asta de Amón o Cuerno de la Abundancia, Lira de David, Anillo de Zinn... No sé si estoy leyendo los apuntes de Neuroanatomía o a Tolkien. Paro de estudiar, me levanto de la silla y estiro las piernas. Se me ocurre la brillante idea de que, ya que no puedo salir de mi cuarto para que me dé el aire, al menos puedo hacer que el aire venga a mi cuarto —de ocurrírsete esto a ser Kary Mullis, ir conduciendo en tu coche, y que se te ocurra la PCR hay un paso; aprecien el prometedor futuro que me aguarda—.

Abro la ventana y el aire gélido de la madrugada invernal me acaricia la cara. Lo puedo notar entrando en mi cuarto y echando fuera al aire caliente y no importa; me quedo ahí asomado. Asomarme a la ventana siempre consigue atraparme. Aunque bueno, si la otra cosa que hacer es estudiar cualquier cosa consigue atraparme. Las calles están vacías, como si hubieran sido construidas para nadie. Las calles están vacías y las farolas están encendidas. Ninguna luz resplandece detrás de las cuadrículas de ventanas de los bloques. A lo lejos veo una cancha de baloncesto en un parque, y se han dejado las luces encendidas. Se ve tan majestuosa en medio de la noche, sin nadie jugando, vacía, iluminada, silenciosa.

Creo que no hay nadie más asomado a la ventana a esta hora, en este momento, y me siento el espectador único de una imagen maravillosa. Como el que consigue espiar por un pequeño agujerito en la pared el vestuario de las chicas y ser el primero en ver sus pechitos incipientes —esto creo que sólo lo he vivido en las películas, pero con frecuencia las confundo con mi vida—.

Soy la única luz encendida en medio de la noche, estoico como un pescador en su barca en medio del temporal. Pienso en Nietzsche jugando a hacer pelear y bailar a sus dos muñecos llamados Apolo y Dioniso, y me acuerdo de que Apolo tenía algo mágico llamado principium individuationis, y yo estoy sintiendo esa magia ahora. Nietzsche siempre consigue atraparme; aunque bueno, si la otra cosa es estudiar... ya saben. Pues estoy ahí como el caminante que mira a la niebla —esto es otra referencia culta, pero no me sé el autor del cuadro— y miro al edificio de enfrente. Por algunas leyes de la física que tampoco voy a pararme a describir ahora —lo digo así y hasta parece que me las sé— la luz que sale de mi cuarto viaja a 300.000 kilómetros por segundo a través del gélido aire de la madrugada invernal e ilumina la fachada del edificio de enfrente. Pero por esas leyes de la física el cuadradito de mi ventana es un recuadro de luz enorme en la fachada blanca del edificio de enfrente, y en medio del cuadrado estoy yo. Soy una sombra gigantesca en la pared del edificio de enfrente. Sonrío como un niño retrasado. Me pongo a hacer movimientos para comprobar que la sombra también se mueve conmigo, que la sombra soy yo. Muevo mis gigantescos brazos, los estiro hacia adelante, abro la palma de mi mano, extiendo mis dedos... Asombroso.

Y ahora de aquí podríamos sacar citas filosóficas para idiotas. Dejadme intentarlo: puede que un hombre sea algo pequeño ante el vacío de la noche, pero cuando tiene la luz tras él puede dejar el rastro de una sombra infinita.
Un momento, ¿eso es bueno o malo?

—Deja las citas filosóficas y ponte a estudiar, coño.